No tenía nombre porque nunca nadie lo había llamado. Y era lógico, porque jamás había tenido dueño. Recordaba, muy lejanamente, haber nacido junto a sus cuatro hermanitos en un terreno baldío un día frío y lluvioso. Pero no lo recordaba con tristeza porque conservaba la idea de haber sido feliz: nunca le había faltado ni el alimento ni el calor de su mamá; tampoco diversión, porque jugar con sus hermanos era toda una fiesta y hasta tenía memoria de que, siendo chiquito, simpático y peludo, muchas veces, chicos y grandes, se le habían acercado para hacerle caricias.
Pero el tiempo pasó y Perro creció. Y lo llamamos Perro porque ya se ha dicho que no tenía nombre así que, siendo simplemente un perro ¿de qué otra forma se lo podría llamar?
Lo cierto es que cuando Perro y sus hermanos se hicieron grandes tuvieron que ocuparse de sus propias vidas. De verdad no sabía cuál había sido la suerte de sus hermanitos, si andaban sueltos y callejeando o si habían encontrado un hogar, pero lo que sí sabía era que mantenerse con vida resultaba algo bien difícil y duro. Había que ingeniárselas para conseguir día a día algo que comer, agua para beber, un lugarcito donde repararse para dormir, para cubrirse de la lluvia, para soportar el frío.
Había aprendido también que en la calle, en el mundo, no faltaban peligros. Debía cuidarse de los autos que pasaban a las carreras sin verlo o sin ganas de verlo y también de ciertas personas que saben usar palos y escobas para propinar unos buenos golpes. En fin, que cuando se vive en la calle, solo, sin dueño, sin familia, sin amigos, sin hogar, la vida es penosa y está llena de riesgos.
Por todo ello Perro no quería ser perro y por mucho que tratara de adecuarse no se resignaba a su suerte.
Un atardecer, después de mucho trotar y trotar en busca de cualquier mendrugo que calmara su hambre, se encontró con un río y, como estaba tremendamente hambriento, fatigado y muerto de sed, se acercó a beber. Ya estaba en la orilla cuando un viejo botero que pasaba rema que rema, le gritó:
- ¡Tenga mucho cuidado, Perro, que este es un río mágico!
Perro hubiera querido preguntarle por qué o en qué consistía la magia, pero el botero ya estaba lejos y, además, sabía que él solamente podía hablar en perro, un idioma que es ignorado por la mayoría de las personas.
Se acercó un poco más al agua y pudo verse reflejado. Flaco, sucio, lleno de lastimaduras y cicatrices, el pelo opaco y duro, los ojos lagañosos. los lamparones de sarna. Sí, la verdad es que sintió lástima de sí mismo pues no era lindo ser Perro y no quería, definitivamente, ser perro.
Aproximó el hocico al agua clara y, mientras bebía, pensó: "¡Cómo quisiera ser pájaro!". Y en menos que canta un gallo, Perro estuvo convertido en pájaro. Aquello era maravilloso: podía volar y ver el mundo desde lo alto, no tenía que esquivar autos ni escapar de los palos, encontraba fácilmente miguitas, semillas, lombrices y hasta pudo darse el gusto de hacerse un nido en un árbol.
Pero un día, de puro curioso, se posó en la ventana abierta de una casa sólo por enterarse de cómo era la vida allí adentro. En esa esplénida mañana de sol, los padres y sus hijos desayunaban alegremente y el espectáculo lo dejó tan arrobado que no advirtió que el gato de la casa, bien sigiloso, se le venía acercando y apenas si pudo reaccionar cuando el zarpazo ya le había lastimado profundamente un ala.
Dolorido y sangrando regresó a su nido e intentó recuperarse, pero al día siguiente se sentía peor y al otro, peor todavía. Entonces presintió que moriría y recordó al río mágico. Con las últimas fuerzas que le quedaban voló hasta allí y, con el pico en el agua, reclamó:
- ¡Río, río, quisiera ser gato!
Y al instante se convirtió en gato, un gato grande, fuerte y saludable. "¡Esto es magnífico!", pensó lleno de alegría al verse reflejado. Y así comenzó su vida de gato que, aunque no resultaba tan sencilla a la hora de encontrar algo para comer, tampoco estaba tan mal, porque los gatos se llenan con poca cosa y hasta hay señoras que se dedican a llevarles comida a donde ellos se reúnen porque, como se sabe, los gatos suelen vivir juntos y no como los perros, cada cual por su camino.
Feliz estaba de tener alimento aunque fuera un día sí y otro no, de estar acompañado de amigos y de encontrar con más facilidad un lugar en el que ampararse del frío y de la lluvia. Así, la vida parecía ser un poco mejor que siendo perro. Pero una tardecita, mientras aprovechaba echado sobre el pasto los últimos rayitos de sol, de la nada se le vino encima un perrazo que, aunque andaba con su dueño, no llevaba correa. Apenas si tuvo tiempo de reaccionar y echar a correr como un loco buscando un árbol al que treparse mientras el amo se desgañitaba ordenándole al perro que volviera a su lado sin ningún resultado pues el mastín no paró de lanzar tarascones aquí y allá dejando a la vista sus temibles colmillos.
Con suerte y algunas magulladuras logró subirse a una rama, pero el corazón se le salía del pecho del susto que tenía. No, de ninguna manera, ya no bajaría del árbol, pero ¿cómo haría para comer? ¿Era posible llevar toda una vida arriba de un árbol? No. Aquello era ridículo e imposible y ganas de pasar por el mismo trance, ¡ni pensarlo! Definitivamente, no quería seguir siendo gato. Así que volvió al río cuando la noche ya era totalmente noche y, antes de hacer ningún pedido, decidió quedarse allí meditando sobre qué era lo que quería ser de manera definitiva.
"¿Vaca? ¡Ni soñarlo, que las vacas terminan sobre la mesa de las personas! ¿Gallina, tal vez? ¡Qué tontería! De no ser buena ponedora terminaría en puchero. ¿Quizás lombriz? ¡Vaya pavada! ¿Acaso tenía ganas de terminar ensartado en un anzuelo? ¿Un pez? ¡Pero si no hacía ni un segundo que se había acordado de los anzuelos!"
Pensó y pensó y siguió pensando y a todo le encontraba serios inconvenientes, al menos dentro de la lista de animalitos que él podía conocer. Y finalmente, se le iluminó la cabeza. Sí, quería ser perro pero no llamarse Perro, ser perro pero tener un dueño, tener un nombre, tener un compañero, recibir y dar cariño y protección, cuidar a un amo, custodiar una casa, jugar con los chicos. Sí, era éso lo que realmente quería: ser un perro con dueño. Entonces, solamente entonces, se acercó bien al río y, musitando, le confesó:
- ¡Quisiera ser un perro con dueño, si es posible!
E inmediatamente volvió a ser perro, pero Perro, flaco, sucio, lastimado, lagañoso y comido por la sarna. Volvió a mirarse en las aguas y se sintió triste, muy triste, porque esta vez el río no había cumplido su pedido. Entonces Perro pensó:
- Cierto, es mágico, pero no tan mágico.
Y así, cabizbajo, con enorme cansancio y más enorme pena, caminó hasta un árbol, se hizo un ovillo como pudo y se quedó dormido.
Recién lucía el sol en el cielo cuando Perro sintió una mano que le acariciaba la cabeza con ternura. Abrió sus ojos enturbiados y ni se animó a moverse por temor a asustar al hombre que, en cuclillas, continuaba mimándolo.
- ¡Pobre perro! ¡Qué sucio, flaco y lastimado está!