
Martín jugaba en la plaza
con su globo de conejo
pero se soltó el piolín
y el globo empezó a subir
hasta perderse allá lejos.
Volando cruzó las calles
del centro de la ciudad,
con sus balcones cuadrados,
filosos y amontonados
planta baja, quinto A.
Y si la gente del campo
le convidaba un saludo
el globo se hacía más gordo
porque suspiraba hondo
aire puro puro puro.
Cuando descubrió la playa
recostado en una nube
saltó y se puso a jugar
con esas olas de sal
que siempre bajan y suben.
Una vez que cruzó el mar
(por arriba y por adentro)
el sol lo empapó de brillo
y él se puso amarillo:
había llegado al desierto.
Después de tanto calor,
por suerte llegó a la selva
donde las sombras son largas
y los animales andan
tejiendo naturaleza.
Dio toda la vuelta al mundo
en su redondo paseo,
cuando otra vez vio las casas
en el barrio de la plaza
y flotó hasta el arenero.
Martín vio que su conejo
iba directo hacia él,
lo abrazó y le dijo: ¡Dale,
en la otra vuelta llevame
a mí también!
Poesía: María Laura Dedé
Ilustración: Darío Georges