
Recuerdo cuando reemplacé al modelo “T”. Era poderoso, tenía bajo costo y un diseño particular. Ser modelo “A” me trajo suerte. Siempre fui amado y coleccionable a pesar de ese perfil de araña pollito con dos puertas.
Vivo entre polvos y telarañas. Estoy a oscuras en este galpón de chapas desde hace años. No siento mi ruido, no corre combustible por mis venas y ya ni recuerdo mi última salida. El óxido ha desgranado mi pintura. Mi querido escalón, ese que se estira y envuelve a la rueda, se ha desclavado. Tengo la impresión de que el mundo ha cambiado.
Unas niñas vinieron y abrieron mis puertas. Tocaron todos mis espacios, sacaron dos tornillos, me rayaron el panel de vidrio, desenroscaron la tapa de mi nariz y me patearon las llantas.. Casi me sentí vivo con sus caricias. Me dejaron una puerta abierta al marcharse. Una de ellas al cerrar el portón doble me gritó: - ¡estás viejo y feo! - me sentí carcamán y cascajo. Aún con mis faroles húmedos, pude ver unos harapos que se olvidaron en el asiento trasero. Es curioso, desde que el señor se fue nadie más me pasó el trapo.
-¡Estás muy sucio!- me dijo el trapo con cara de pepona. Casi me infarto. Me temblaron las llantas. Miré asombrado por el espejo. -¿Cuánto tiempo llevás acá?- dijo mirándome con los ojos enormes como botones. Era un rejunte de trapos variopintos y dos trenzas que le caían asimétricas. Hablamos hasta entrada la madrugada. Le conté de mis proezas, de la bobina, del pedal de arranque, el radiador, la caja de fuerza y de la importancia de llamarme “A”. Su carita trapera me observaba impávida. Detesto el monólogo, pero no paraba de hablar. Acelerado como en mis mejores tiempos: 56 Km. por hora, todo un récord.
-¿Cómo está el mundo afuera?- le pregunté. Acomodó sus mechones, estiró sus patas largas de tela roja y dijo con voz fuerte: Hoy todo es más rápido, liviano, moderno, industrial y capitalista. Nada se elige. Ni las palabras comunes que creemos nuestras. Nadie se detiene ni para amar; y besar a veces es sólo un trámite. Teléfonos manuales, dinero de plástico, aparatos en el cielo que nos observan y máquinas visuales que revolucionan la comunicación. Todos se mueren por consumir y se enferman.. Por eso las respeto tanto a “ellas”, a las artesanas que me construyeron. Soy única. Sus manos están manejadas por inciertas ternuras, con esos movimientos reiterados, como una plegaria, como una petición sagrada. Generan fuentes de energía, olvidan las prisas, el alboroto de las calles. Un tratamiento sencillo que calma los nervios. Les detiene la angustia, lo que extrañan, lo que no asumen.
Entonces la rutina cotidiana de lo liviano, moderno, industrial y capitalista, pasa más rápido. “Ellas”, un día cualquiera, se dan cuenta que ya están curadas. Entonces regalan todas sus muñecas. Pero las niñas prefieren las barbies seriadas que se tarjetean en el merchandising de un Shopping. Y las de trapo quedamos abandonadas en el asiento de atrás de un auto polvoriento. No te enojes, pero el polvo nos cubrirá a ambos.
La busqué en la oscuridad sin decir nada. Sentí mi motor intacto. La tomé de sus telas y besé sus labios de tafeta.
La busqué en la oscuridad sin decir nada. Sentí mi motor intacto. La tomé de sus telas y besé sus labios de tafeta.