
En el principio no había palabras, sólo letras.
La falta de palabras causaba grandes problemas a los habitantes de la ciudad, que sólo podían nombrar veintisiete cosas, generando todo tipo de confusiones y malentendidos. Hasta que un día a Uno se le ocurrió que si juntaba una letra con otra se podrían crear nuevos sonidos, y así nombrar muchas más cosas.
Fue entonces que Uno, decidió irse con las letras a una cueva en la montaña, y no volver hasta haber encontrado una manera de nombrar a todas las cosas. Quería poder nombrar al animal de carga, al agua que se acumula al lado del palacio, a la nena colorada.
Le tomó mucho tiempo pero una a una, las palabras, fueron surgiendo.
Primero juntó dos letras, después tres, cuatro y así muchas más. Una vez que las letras estaban una al lado de la otra, él las pronunciaba juntas y hacia memoria para ver a cuál de las cosas de la ciudad le recordaba el sonido. Así, el animal se llamó caballo, el agua lago, la nena Natalia.
Y cuando por fin Uno había encontrado todas las palabras y se disponía a volver a la ciudad, se dio cuenta de que todavía no existía una palabra para los labios cuando se juntan.
Uno salió de la cueva para tomar un poco de aire y reponer sus energías. Cuando miró hacia abajo, observó sorprendido que Natalia corría hacia la cima de la montaña. La niña llegó a la cueva, abrazó a Uno con todas sus fuerzas; y lo besó.