viernes, 5 de septiembre de 2008

La luna naranja




- ¡Maltus! ¡Estás otra vez en la luna! ¡Se te enfrían los ñoquis!

Maltus respondió como si quisiera salir de un ensueño:

- ¿Ehhh? ¡Ahhh, sí…!

- ¡Pero claro que sí, Maltus! ¡Vos vivís en la luna de Valencia!

- ¿Ehhh? – repitió Maltus como si se hubiera reintegrado por completo a la realidad. ¡No, no…en la luna de Valencia, no!

- ¡¿Cómo que no!? ¡¿Pero cómo que no!? ¡A ver si bajás a la tierra un poquito y comés de una buena vez esos ñoquis que se están helando!

Maltus agarró el tenedor y comenzó a pinchar uno por uno mientras pensaba “ojos rojos en el plato, son abrojos en manojos, pincho y pincho, no los bato y los como de inmediato”. Pero enseguida se preguntó no sin cierta preocupación: ¿Por qué se me vienen a la cabeza tamaños disparates? ¿Será algo malo, realmente, esto que me dicen siempre de “estar en la luna de Valencia”? Como nunca me aguanto la curiosidad, le pregunté a Padrino Leopoldo, que sabe de todo, lo que se dice, de todo. El es el único que sabe que yo no estoy en “la luna de Valencia” sino en La Luna Naranja y él me contó que se dice estar en “la luna de Valencia” porque hace muchos, muchos años, Valencia era una ciudad amurallada que tenía muchas puertas, dos de las cuales, las más conocidas se llamaban Quart y Serrans. Las puertas se cerraban a cierta hora de la noche y los distraídos, los que no estaban atentos a la hora, se quedaban toda la noche afuera dormitando en un banco o en una especie de plaza (Padrino Leopoldo me ha dicho que no tiene seguridad de si era banco o si era plaza) con forma de media luna y allí debían esperar hasta que se abrieran las puertas de la muralla al día siguiente. Como es lógico, tampoco tenían otra cosa más para hacer como no fuera aquello de mirar la luna que, por tratarse de Valencia, obviamente era “la luna de Valencia”.
La verdad es que yo no estoy en la luna de Valencia, primero, porque
no vivo en Valencia y, segundo, porque estoy en La Luna Naranja, aunque Padrino Leopoldo dice que no importa qué luna sea, que lo que vale de la cuestión es que estoy en la Luna y que, para él, eso no está mal y no es tampoco cosa mala, aunque todo el tiempo me lo reprochen y me…

- ¡Pero Maltus! ¿Será posible, mi Dios? ¡Otra vez con el tenedor en el
aire y los ñoquis muriéndose de risa! Y vos, ¡claro! ¡en la luna de Valencia!, ¿No?

- No – respondió Maltus con seguridad, y estuvo a punto de revelar su
secreto cuando, por suerte, la respuesta se le vino encima.

- ¡¿Qué no?! ¡Ahhh, no, mi querido, no me vengas con macanas, que
te la pasás todo el día en la luna de Valencia y nunca prestás atención a nada!

Pues bien. Maltus no estaba de acuerdo con tales acusaciones pues de ninguna manera se podía decir que él no le prestaba atención a nada, lo que se dice, nada. Admitía, eso sí, que le prestaba atención a otras cosas, a cosas que para el resto de las personas e incluso para sus amigos eran cosas tontas, sin sentido, cosas que no servían para nada. Le prestaba atención, por ejemplo, a las alas de las mariposas y se preguntaba muy seriamente cómo era posible que una fuera tan perfectamente igual a la otra, cómo era posible que las formas fueran tan exactas y los colores de una tan idénticos a los colores de la otra, sin ninguna pincelada equivocada o temblorosa.
Pero sobre todo, pensaba en la Luna, además de estar en la Luna, porque a él le parecía que con la Luna pasaban cosas muy misteriosas y muchas noches se quedaba despierto mirando la luna, no la de Valencia sino la de su casa, tras el vidrio de la ventana. Y ahí le venía como un susurro una vieja canción que decía algo así como “Luna, lunera, cascabelera…” que solía cantar su abuela y de la cual no podía recordar más que una sensación de magia y de dulzura. Sin embargo, lo que sin duda le parecía mágico era aquello de que la Luna pudiera cambiar de forma, ora redonda y enorme como un perfecto círculo blanco, ora como una hoz con sus cuernos afilados como agujas, ora lisa como una porcelana, ora con su nariz, sus ojitos y su boca bien dibujados.
En resumen, que a Maltus se le hacía que en la Luna se escondían todos los misterios y todos los secretos, todas las cosas imposibles de conocer y que él ansiaba, como no había ansiado nunca otra cosa en su vida, tener una Luna propia, su propia Luna Naranja. Y no era por capricho que la quisiera precisamente naranja sino por un evento especial que había significado mucho en su vida y que todavía continuaba teniéndolo.
Un domingo de veranito, Padrino Leopoldo, que siempre andaba de viaje pero cuando estaba en la ciudad nunca se olvidaba de pasar su tiempo con Maltus, muy tempranito lo llevó a pescar a una laguna grande cuyo nombre jamás pudo recordar. Volvieron al atardecer, amarraron el bote y, ya en tierra, se sentaron a charlar bajo un árbol a pocos metros de la laguna. A poco, Maltus descubrió a la Luna y, con verdadero asombro, preguntó:

- Padrino, ¿veo mal, o la luna se ha puesto color naranja?

- No, Maltus, no ves mal. Cierto que no es demasiado común, pero a
veces, solamente a veces, la luna se pone de color naranja. Supongo que esto pasa – agregó el Padrino- cuando la Luna se siente muy enamorada.
Maltus se quedó un rato pensativo, digamos, en la Luna, y enseguida arremetió con una nueva pregunta:

- ¿Esto tiene algo que ver con el asunto de la Luna de Miel? Porque a
mí me parece que la miel también es medio, medio color naranja.

- Pues sí – dijo el Padrino. No me consta, pero estimo que así ha de
ser, puesto que los enamorados disfrutan abrazándose bajo la luz de la Luna.

Maltus volvió al silencio. Deseaba, necesitaba confesarle a Padrino Leopoldo un asunto importante pero ni se animaba ni encontraba la manera de comenzar, hasta que en un punto, y viendo que a poco debían regresar, tomó coraje, respiró hondo y dijo:

- Padrino…estoy enamorado. Sí, estoy enamorado de una chica que es
tan hermosa como esta Luna, pero no me animo a decírselo y creo que no me animaré tampoco. Paso mucho tiempo pensando en ella, pero como no tengo suficiente coraje como para hablarle, le escribo cartas, cartas y poesías que escondo bien para que nadie las descubra y no sé por qué se me ha dado por pensar ahora que esta Luna Naranja me traerá buena suerte.

El Padrino lo miró profundamente a los ojos con una mirada que Maltus jamás olvidaría y le respondió:

- Mi querido Maltus, estar enamorado es una de las cosas más hermosas que le pueden suceder a una persona. Sabrás que por esa causa, también se sufre, pero te aseguro que vale la pena. Quisiera ver, si es posible, esas cartas y esos poemas, pero aunque no me los muestres te pido que me prometas que no dejarás de escribir, ¿Puede ser?

- ¡ Pues claro que puede ser, Padrino, si escribir es lo que más me
gusta del mundo! Te prometo que de ahora y para siempre, no dejaré de hacerlo.

- Muy bien, Maltus, es hora de irnos porque oscurece – dijo el Padrino
levantándose. Sabrás que en pocos días salgo nuevamente de viaje. En esta oportunidad recorreré El Líbano, Siria y Turquía. Ni bien regrese, volveremos a vernos y, como siempre, te traeré algún recuerdo de mi viaje.
Y tal como fue prometido, así se cumplió. En el reencuentro, Padrino Leopoldo le entregó a Maltus una hermosa caja naranja con forma de media luna, una hermosa caja en la que Maltus fue acumulando cartas y poemas, su Luna Naranja, su tesoro escondido, La Luna Naranja en la que depositó sus sueños, sus penas, sus alegrías, sus angustias, sus dudas, sus misterios. Y así como Padrino Leopoldo prometió y cumplió, Maltus hizo otro tanto: no dejó nunca de escribir, con esfuerzo, con mucho esfuerzo, publicó sus libros, uno a uno, con alegría, con paciencia, con trabajo, con temores, con ansias.
Mientras pinchaba los ñoquis, uno por uno, “ojos rojos en el plato”, en silencio, recordaba a Padrino Leopoldo, a La Luna Naranja de aquel atardecer y volvía a preguntarse por qué las mariposas…

- ¡Maltus!, ¿Me estás escuchando? ¡Otra vez en la luna de Valencia!
¡No se puede creer, hombre de Dios! ¿Es que no me has escuchado que te llaman por teléfono para anunciarte que has ganado el Primer Premio Internacional de Poesía?

- ¿Ehhh? ¡Pues, no! ¡Digo, sí! Ya atiendo. Lo que pasa es que estaba
en La Luna Naranja, mi Luna, sin desmerecer la de Valencia, por supuesto.


Texto: Long-Ohni

Ilustración : Ester García Cortés

10 comentarios:

Alibruji dijo...

Tengo miedo de recibir un reto, pero cada vez me gusta más lo que leo y veo...¡Adelante, linda gente!!

Anónimo dijo...

Original y un estímulo para los que solemos volarnos de la realidad inventando cuentos.

Elissa dijo...

Hola Long! Felicitaciones por estar en la Luna!!! que bueno volver a leerte!!!
No se si te acordarás de mi, pero tengo en mi bibioteca tu Arbol de las Flores Amarillas, en edicion artesanal, que llegó por correo hace unos años...
Te invito a que veas a Koky y otras cosas más en mi blog http://www.elissambura.blogspot.com
Un Abrazo!

josé lopez romero dijo...

Buena costumbre de la luna, con sus hermosos textos y sus impecables ilustraciones gráficas. Mi afecto para la gente que hace un blog tan querible. José

Sebastián Zaiper Barrasa dijo...

Qué lindo: la luna naranja en la luna naranja

Buen texto. Buena ilustración.
Esto está cada vez mejor!!!

Anónimo dijo...

Imposible no llegar a la Luna con este texto. ¡felicidades!

Mercedes.

Graciela Bello dijo...

Muy linda la ilustración y el relato con tan bellas metáforas sobre la luna, que usamos tan a menudo, casi sin darnos cuenta.
Graciela.

Natalia dijo...

Coni, empecé a leerlo a MAltus y dije: "esta es Coni" y no me equivoqué.
Muy hermosisimo este homenaje a la luna naranja, la mejor de todas.

Anónimo dijo...

Alguien me contó que primero fue la ilustración de Esther García Cortés y después el relato; si es así hay que dar parabienes a una formidable narradora, capaz de entramar "sobre pie forzado" un significado tan nítido y tan dispuesto a la comprensión infantil.
Si prescindo de ese conocimiento y me atengo simplemnete a lo que está diré que me contenta y me esclarecere de nuevo -lo que siempre es necesario- ese apólogo tan inmediato de que lo grande no es sino distracción o fruslería para los ojos vulgares.
Fernando Sánchez Zinny

Anónimo dijo...

Un maravilloso cuento que da cuenta, a su vez, de La Luna Naranja, que no es cualquier luna, por lo que se ve, sino una luna propia de los chicos a los que no debería retarse tanto por estar, algunas veces, en la luna y, mejor todavía, en La Luna Naranja.
Soy seguidora de los escritos de Long-Ohni porque su escritura, tanto poética conmo narrativa, me atrae particularmente y me alegra cada vez que me encuentro con alguna de sus cosas. Mis felicitaciones por tener a este autor entre ustedes.
Anneka Lubick