viernes, 29 de febrero de 2008

Manuelita


Manuelita vivía en Pehuajó
pero un día se marchó.
Nadie supo bien por qué
a París ella se fue
un poquito caminando
y otro poquitito a pie...

Manuelita, Manuelita,
Manuelita a dónde vas
con tu traje de malaquita
y tu paso tan audaz.

Manuelita una vez se enamoró
de un tortugo que pasó.
Dijo: ¿Qué podré yo hacer?
Vieja no me va a querer.
En Europa y con paciencia
me podrán embellecer.

En la tintorería de París
la pintaron con barniz.
La plancharon en francés
del derecho y del revés.
Le pusieron peluquita
y botines en los pies.

Tantos años tardó
en cruzar el mar
que allí se volvió a arrugar
y por eso regresó
vieja como se marchó
a buscar a su tortugo
que la espera en Pehuajó.


Maríá Elena Walsh

miércoles, 27 de febrero de 2008

Los sueños del sapo


Una tarde un sapo dijo:
—Esta noche voy a soñar que soy árbol. Y dando saltos, llegó a la puerta de su cueva.
Era feliz; iba a ser árbol esa noche.
Todavía andaba el sol girando en la rueda del molino. Estuvo un largo rato mirando el cielo. Después bajó a la cueva, cerró los ojos y se quedó dormido.
Esa noche el sapo soñó que era árbol. A la mañana siguiente contó su sueño. Más de cien sapos lo escuchaban.
—Anoche fui árbol —dijo—, un álamo. Estaba cerca de unos paraísos. Tenía nidos. Tenía raíces hondas y muchos brazos como alas, pero no podía volar. Era un tronco delgado y alto que subía. Creí que caminaba, pero era el otoño llevándome las hojas. Creí que lloraba, pero era la lluvia. Siempre estaba en el mismo sitio, subiendo, con las raíces sedientas y profundas. No me gustó ser árbol.
El sapo se fue, llegó a la huerta y se quedó descansando debajo de una hoja de acelga. Esa tarde el sapo dijo:
—Esta noche voy a soñar que soy río.
Al día siguiente contó su sueño. Más de doscientos sapos formaron rueda para oírlo.
—Fui río anoche —dijo—. A ambos lados, lejos, tenía las riberas. No podía escucharme. Iba llevando barcos. Los llevaba y los traía. Eran siempre los mismos pañuelos en el puerto. La misma prisa por partir, la misma prisa por llegar. Descubrí que los barcos llevan a los que se quedan. Descubrí también que el río es agua que está quieta, es la espuma que anda; y que el río está siempre callado, es un largo silencio que busca las orillas, la tierra, para descansar. Su música cabe en las manos de un niño; sube y baja por las espirales de un caracol. Fue una lástima. No vi una sola sirena; siempre vi peces, nada más que peces. No me gustó ser río.
Y el sapo se fue. Volvió a la huerta y descansó entre cuatro palitos que señalaban los límites del perejil. Esa tarde el sapo dijo:
—Esta noche voy a soñar que soy caballo.
Y al día siguiente contó su sueño. Más de trescientos sapos lo escucharon. Algunos vinieron desde muy lejos para oírlo.
—Fui caballo anoche —dijo—. Un hermoso caballo. Tenía riendas. Iba llevando un hombre que huía. Iba por un camino largo. Crucé un puente, un pantano; toda la pampa bajo el látigo. Oía latir el corazón del hombre que me castigaba. Bebí en un arroyo. Vi mis ojos de caballo en el agua. Me ataron a un poste. Después vi una estrella grande en el cielo; después el sol; después un pájaro se posó sobre mi lomo. No me gustó ser caballo.
Otra noche soñó que era viento. Y al día siguiente dijo:
—No me gustó ser viento.
Soñó que era luciérnaga, y dijo al día siguiente:
—No me gustó ser luciérnaga.
Después soñó que era nube, y dijo:
—No me gustó ser nube.
Una mañana los sapos lo vieron muy feliz a la orilla del agua.
—¿Por qué estás tan contento? —le preguntaron.
Y el sapo respondió:
—Anoche tuve un sueño maravilloso. Soñé que era sapo.

Javier Villafañe

El conejo Peter















Beatrix Potter, fue una escritora británica de trascendencia que imagino los mas tiernos personajes.
Aquí, el conejo Peter, su creación mas significativa en el mundo de la literatura para niños.

Ilustraciones realizadas por los niños en la Feria del libro infantil y juvenil, sobre el cuento de Nadia Barrasa :¨El perro y el gato¨







































El principito


¨Miren atentamente este paisaje a fin de estar seguros de que habrán de reconocerlo, si viajan un día por el África, en el desierto.
Y si llegan a pasar por allí, se los suplico : no se apresuren, esperen un momento, exactamente debajo de la estrella.
Si entonces un niño llega hacia ustedes, si ríe, si tiene cabellos de oro, si no responde cuando se le interroga, adivinarán quién es.
Sean amables entonces!
No me dejen tan triste. Escribanme enseguida, y diganme que el principito ha vuelto...¨


¨El Principito ¨
Antoine de Saint-Exupèry

Caperucita y el lobo


-¡Abuelita, qué brazos más grandes tienes!
-¡Para abrazarte mejor!
-¡Abuelita, qué piernas más grandes tienes!
-¡Para correr mejor!
-¡Abuelita, qué orejas más grandes tienes!
-¡Para escucharte mejor!
-¡Abuelita, qué ojos más grandes tienes!
-¡Son para verte mejor!
-¡Abuelita, qué boca más grande tienes!
- Para comerte mejor!!!
- Abuelita!!!


De un cuento de Charles Perrault
Una ilustración de Fernando Falcone

Un elefante ocupa mucho espacio


Que un elefante ocupa mucho espacio lo sabemos todos. Pero que Víctor, un elefante de circo, se decidió una vez a pensar "en elefante", esto es, a tener una idea tan enorme como su cuerpo... ah... eso algunos no lo saben, y por eso se los cuento:

Verano. Los domadores dormían en sus carromatos, alineados a un costado de la gran carpa. Los animales velaban desconcertados. No era para menos: cinco minutos antes el loro había volado de jaula en jaula comunicándoles la inquietante noticia. El elefante había declarado huelga general y proponía que ninguno actuara en la función del día siguiente.
—¿Te has vuelto loco, Víctor? —le preguntó el león, asomando el hocico por entre los barrotes de su jaula—. ¿Cómo te atreves a ordenar algo semejante sin haberme consultado? ¡El rey de los animales soy yo!
La risita del elefante se desparramó como papel picado en la oscuridad de la noche:
—Ja. El rey de los animales es el hombre, compañero. Y sobre todo aquí, tan lejos de nuestras selvas...
—¿De qué te quejas, Víctor? —interrumpió un osito, gritando desde su encierro. ¿No son acaso los hombres los que nos dan techo y comida?
—Tú has nacido bajo la lona del circo... —le contestó Víctor dulcemente. La esposa del criador te crió con mamadera... Solamente conoces el país de los hombres y no puedes entender, aún, la alegría de la libertad...
—¿Se puede saber para qué hacemos huelga? —gruñó la foca, coleteando nerviosa de aquí para allá.
—¡Al fin una buena pregunta! —exclamó Víctor, entusiasmado, y ahí nomás les explicó a sus compañeros que ellos eran presos... que trabajaban para que el dueño del circo se llenara los bolsillos de dinero... que eran obligados a ejecutar ridículas pruebas para divertir a la gente... que se los forzaba a imitar a los hombres... que no debían soportar más humillaciones y que patatín y que patatán. (Y que patatín fue el consejo de hacer entender a los hombres que los animales querían volver a ser libres... Y que patatán fue la orden de huelga general...)
—Bah... Pamplinas... —se burló el león—. ¿Cómo piensas comunicarte con los hombres? ¿Acaso alguno de nosotros habla su idioma?
—Sí —aseguró Víctor. El loro será nuestro intérprete —y enroscando la trompa en los barrotes de su jaula, los dobló sin dificultad y salió afuera. En seguida, abrió una tras otra las jaulas de sus compañeros.
Al rato, todos retozaban en los carromatos. ¡hasta el león!
Los primeros rayos de sol picaban como abejas zumbadoras sobre las pieles de los animales cuando el dueño del circo se desperezó ante la ventana de su casa rodante. El calor parecía cortar el aire en infinidad de líneas anaranjadas... (los animales nunca supieron si fue por eso que el dueño del circo pidió socorro y después se desmayó, apenas pisó el césped...)
De inmediato, los domadores aparecieron en su auxilio:
—¡Los animales están sueltos! —gritaron a coro, antes de correr en busca de sus látigos.
—¡Pues ahora los usarán para espantarnos las moscas! —les comunicó el loro no bien los domadores los rodearon, dispuestos a encerrarlos nuevamente.
—¡Ya no vamos a trabajar en el circo! ¡Huelga general, decretada por nuestro delegado, el elefante!
—¿Qué disparate es este? ¡A las jaulas! —y los látigos silbadores ondularon amenazadoramente.
—¡Ustedes a las jaulas! —gruñeron los orangutanes. Y allí mismo se lanzaron sobre ellos y los encerraron. Pataleando furioso, el dueño del circo fue el que más resistencia opuso. Por fin, también él miraba correr el tiempo detrás de los barrotes.
La gente que esa tarde se aglomeró delante de las boleterías, las encontró cerradas por grandes carteles que anunciaban: CIRCO TOMADO POR LOS TRABAJADORES. HUELGA GENERAL DE ANIMALES.
Entretanto, Víctor y sus compañeros trataban de adiestrar a los hombres:
—¡Caminen en cuatro patas y luego salten a través de estos aros de fuego! ¡Mantengan el equilibrio apoyados sobre sus cabezas!
—¡No usen las manos para comer! ¡Rebuznen! ¡Maúllen! ¡Ladren! ¡Rujan!
—¡BASTA, POR FAVOR, BASTA! —gimió el dueño del circo al concluir su vuelta número doscientos alrededor de la carpa, caminando sobre las manos—. ¡Nos damos por vencidos! ¿Qué quieren?
El loro carraspeó, tosió, tomó unos sorbitos de agua y pronunció entonces el discurso que le había enseñado el elefante:
—...Con que esto no, y eso tampoco, y aquello nunca más, y no es justo, y que patatín y que patatán... porque... o nos envían de regreso a nuestras selvas... o inauguramos el primer circo de hombres animalizados, para diversión de todos los gatos y perros del vecindario. He dicho.
Las cámaras de televisión transmitieron un espectáculo insólito aquel fin de semana: en el aeropuerto, cada uno portando su correspondiente pasaje en los dientes (o sujeto en el pico en el caso del loro), todos los animales se ubicaron en orden frente a la puerta de embarque con destino al África.
Claro que el dueño del circo tuvo que contratar dos aviones: en uno viajaron los tigres, el león, los orangutanes, la foca, el osito y el loro. El otro fue totalmente utilizado por Víctor... porque todos sabemos que un elefante ocupa mucho, mucho espacio...

Elsa Bornemann

Estas manos...


Estas manos que te inventan
que dibujan cada nube
estas manos que te crecen
que te enseñan
que emocionan
que acarician
que estremecen
que atesoran

que se guardan una estrella
y que esconden un secreto

manos de flor de naranja
de caleidoscopio azul
de largavistas de barcos
de vaquitas de la suerte
de mares de besos
de sueños de plumas

manos de encontrarte...

manos de magia
de conejos de galera
y palomas de estación

manos de guerra suspendida
de ronda encastrada
de pozos de sapos
y gotas de lluvia abierta

manos de sueños de luna
de despedidas
de luces de avión
de crayónes de pared
y pincel de corazones

manos de papel de diario
manos de magia
de brujas de cuento

manos de escucha
de fantasía
de había una vez
de libro abierto

manos acuarela
manos plastilina
manos que no saben
cuanto sueñan todavía...

Coni Salgado

martes, 26 de febrero de 2008

Nadia Belén Barrasa





Miranda Sanchez Acosta - 9 años -























Marcha de Osías



María Elena Walsh



Osías el Osito en mameluco
paseaba por la calle Chacabuco
mirando las vidrieras de reojo
sin alcancía pero con antojo.

Por fin se decidió y en un bazar
todo esto y mucho más quiso comprar.

Quiero tiempo pero tiempo no apurado,
tiempo de jugar que es el mejor.
Por favor, me lo da suelto
y no enjaulado adentro de un despertador.

Quiero un río con catorce pececitos
y un jardín sin guardia y sin ladrón.
También quiero para cuando este solito
un poco de conversación.

Quiero cuentos, historietas y novelas
pero no las que andan a botón.
Yo las quiero de la mano
de una abuela que me las lea en camisón.

Quiero todo lo que guardan los espejos
y una flor adentro de un raviol
y también una galera con conejos
y una pelota que haga gol.

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Y además, quiere aspirarle el cuarto y sacar de una buena vez todas esas cosas horrorosas que su hija guarda. Bilina también se ve rodeada de otro personaje insoportable: la amiga charlatana que viene de visita con su madre charlatana. Pero peor que todo eso es el Soldado-Profesor, en su clase no se puede saltar, no se puede escupir, no se puede reír, no se puede hacer nada, incluso, no se puede pensar, y Bilina tiene miedo de que, de tanto repetir, un día acabe convenciéndose de todo lo que dice el soldado profesor y que ella termine no siendo ella. 

       Ella sueña y dibuja monstruos que destruyen la Gran Ciudad y se comen al Soldado-Profesor. Y quizá eso no esté tan alejado de la realidad porque una noche, mientras Bilina duerme, debajo de su cama se instala el Kuko. Y el Kuko come lo que venga, niños, farmacéuticos, abuelos, motociclistas, payasos. Y entonces, mientras la investigación policial sobre el asesinato de la nariz del payaso Wimpy continúa, el mundo de Bilina da un giro. 

       Fue un placer haberme encontrado con esta novela, sobre todo por la originalidad de su escritura, repleta de acumulaciones, tanto cuando se habla de la Gran Ciudad, como de la habitación de Bilina o de la acción de alguno de los personajes. Así, los techos, las calles, las plazas son infinitas, como también son infinitos los objetos siniestros que guarda Bilina, o los innumerables intentos de tía mamá por volver a Bilina una niña normal. La edición es excelente, cada tanto nos encontramos con una página con fondo negro y letras blancas, son las que le corresponden directamente a Bilina y a su habitación, a su mundo. Y lo que da más placer aún, en ese borbotón de listas, acumulaciones, exageraciones, saltan palabras que nos llevan a otros libros: el cuadro de la Condesa Sangrienta que tiene Bilina en su cuarto, a La condesa sangrienta de Alejandra Pizarnik, la nariz asesinada del payaso, a La nariz de Gogol, el conejo imaginario consultado por tía mamá, quién no piensa en Alicia, la mancha de sangre que tía mamá se empeña en limpiar, a El fantasma de Canterville de Oscar Wilde, el vendedor de pararrayos que otrora fue tío papá, a La feria de las tinieblas de Ray Bradbury. En fin, seguramente habrá un montón de otras pinceladas de intertextos. Sigue así, la sensación de infinitud. 

       Otra cosa que me resultó deliciosa fue el nombre de los personajes: tío-papá, tía-mamá, soldado-profesor, amiga-charlatana. Esta manera tan teatral de nombrarlos pone distancia entre el narrador y los personajes, que tienen algo de títeres, y agrega su cuota al clima absurdo, exagerado y siniestro.

       Una novela diferente, rara. Un hallazgo por parte de Cristian Palacios. Un libro que vale la pena que los chicos lean, sobre todo si nos importa que después, cuando esos chicos sean grandes, lean más allá de la lista de los best sellers. 

Recuerdos de la feria ¨Ola Libro¨

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